jueves. 28.03.2024

El 8 de agosto de 1916 se inauguraba en Niágara (Ontario, Canadá) el primer teleférico para pasajeros de toda Norteamérica, el “Niagara Spanish Aerocar”. Había sido construido por una empresa española (en concreto, vasca) registrada en Canadá, The Niagara Spanish Aerocar Company, con capital español (prioritariamente, vizcaíno; en menor medida, también cántabro), administrador español, ingeniero constructor español, material transportado desde España a Canadá durante la I Guerra Mundial (por ejemplo, la barquilla para los pasajeros), explotación comercial inicial española: en suma, I+D+i de hace cien años.

Para ello se siguieron las patentes del ilustre ingeniero montañés, Leonardo Torres Quevedo (Santa Cruz de Iguña, Cantabria, 1852-Madrid, 1936), presentadas a partir de 1887 en Alemania, Suiza, Francia, Reino Unido, Canadá, Austria, España, Italia y los EE.UU. Estas ideas originales se habían materializado en 1907 en el primer teleférico abierto al público para pasajeros de la historia, su Transbordador del Monte Ulía en San Sebastián, y constituyen la base de todos los teleféricos (no las telecabinas, que responden a un sistema diferente) que se construyeron desde entonces y se siguen construyendo hoy en todo el mundo.

Transbordador del Niágara en 1916

Y es que, como llevamos difundiendo desde hace más de 30 años desde la asociación Amigos de la Cultura Científica presidida por el profesor Francisco González de Posada, Leonardo Torres Quevedo ocupa un lugar de excepcional relieve en la historia universal de la Ciencia y de la Técnica.

Dedicado desde 1876 “a pensar en sus cosas” tras terminar la carrera de Ingeniero de Caminos, desde su retiro en el Valle de Iguña ofrece a la comunidad científica internacional, entre 1887 y 1889, el primer fruto de sus estudios: la patente del transbordador; un funicular aéreo suspendido de cables múltiples cuya tensión, que depende de unos contrapesos situados en uno de los extremos, se mantiene siempre constante, independientemente de la carga que soporten o de la posición que ocupe ésta a lo largo del recorrido. Ensayados unos primeros modelos en el Valle de Iguña, en 1889 D. Leonardo presenta en Suiza esta primera incursión en el mundo de la “automaticidad”… recibiendo la incomprensión (y hasta la burla) de los periodistas e ingenieros helvéticos.

Dando por terminadas infructuosamente las gestiones para construir ese primer transbordador de su sistema, en 1893 presenta al Ministerio de Fomento, en solicitud de ayuda, su primer trabajo científico, la Memoria sobre las máquinas algébricas. Informada favorablemente por la Real Academia de Ciencias, y publicada en Bilbao en 1895, se convierte en el punto de partida de diferentes trabajos presentados en Francia que culminarán con la publicación de la Memoria por la Academie des Sciences de París en 1900, la elección del inventor como Académico de Número de la Real Academia de Ciencias de Madrid en 1901, y su reconocimiento (prioritariamente en Francia) como figura mundial del Cálculo mecánico.

Seguidamente, entre 1901 y 1906 concibió un sistema de dirigibles autorrígidos, patentados hace ahora 110 años en España (un año después en Francia y el Reino Unido), con el que estableció los fundamentos para la aerostación dirigida hasta el presente. Comercializados desde Francia a partir de 1911 por la casa Astra, se consagraron como los más efectivos para la lucha antisubmarina y protección de convoyes durante la I Guerra Mundial, operando en las Armadas de Francia, el Reino Unido, Rusia y los Estados Unidos. Durante los años 1920 se siguieron fabricando por parte de la casa Astra (con unidades vendidas a Francia y a Japón), tarea que continuaría la casa Zodiac en los años 1930. Y, con nuevos materiales, se han seguido construyendo hasta nuestros días, como podemos comprobar en el “Dinosaure” del Servicio Meteorológico de Francia de 1976, los “V901” y “V902” de la casa francesa Voliris de 2012 y 2014, o el trilobulado “Roziere FRF-1” de la Sociedad Aeronáutica Rusa de 2013.

Dirigibles AT-16

Complementariamente, entre 1902 y 1903 D. Leonardo patentó en Francia, España, Reino Unido y Estados Unidos el primer aparato de mando a distancia de la historia, el Telekino. Estaba concebido para el control remoto de sus dirigibles sin arriesgar vidas humanas, y se ensayaría en 1905 en Madrid, con un triciclo, y en Bilbao, en presencia del Rey Alfonso XIII, también hace ahora 110 años (en septiembre de 1906), teledirigiendo el bote “Vizcaya”. Reconocido por el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) con un Milestone “por haber establecido los principios operacionales del moderno control remoto sin cables”, el Telekino constituye el precedente directo de los “drones”, de radical vigencia hoy en día.

Precisamente, el éxito de las pruebas del Telekino en Bilbao animaría a un grupo de industriales vascos a la constitución, hace ahora también 110 años, de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, pionera concepción de una sociedad de capital riesgo creada con el objetivo de llevar a la práctica las invenciones que presentase D. Leonardo y cuya primera creación significativa sería el mencionado Transbordador del Monte Ulía.

Esas pruebas de 1906, complementariamente, motivaron que el Gobierno español crease también, en febrero de 1907, el Laboratorio de Mecánica Aplicada que, cambiado su nombre por el de Laboratorio de Automática y puesto al servicio de los laboratorios y centros de investigación, públicos y privados de toda España (en especial los de la Junta para Ampliación de Estudios), proporcionó máquinas e instrumental a Santiago Ramón y Cajal, Blas Cabrera, Juan Negrín, etc.

Pero Torres Quevedo, además de ingeniero de caminos, aeronáutico, industrial y de telecomunicaciones, también fue ingeniero naval. En efecto, en 1913 unió Náutica y Aeronáutica en su patente del Buque-campamento, un barco porta-dirigibles cuyo diseño integraría la Armada española años después en nuestro primer porta-aeronaves (hidroaviones y dirigibles), el “Dédalo” (1922), unión de náutica y aeronáutica que pudimos ver materializado para la Marina de los EE.UU. en la “Sentry Class” en los años 90 del pasado siglo y continúa hoy en unidades como el “HSV-2 Swift”. Complementariamente, en 1916, mientras la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales le concedía la primera Medalla Echegaray, D. Leonardo obtenía la patente de su Binave, pionera concepción de esos catamaranes de casco metálico que protagonizan el presente en el transporte marítimo express de pasajeros en todo el mundo.

El “Aritmómetro electromecánico” de 1920 Torres Quevedo

Y no debemos terminar estas páginas, en este mundo en el que vivimos, gobernado por las Tecnologías de la Información y la Comunicación, sin destacar su papel visionario como creador de una nueva ciencia, la Automática, y de las máquinas prácticas que demostraban sus concepciones teóricas. En este campo el punto de partida sería el Telekino, considerado por su creador “un autómata que ejecuta las órdenes que le son enviadas por medio de la telegrafía sin hilos. Además, para interpretar las órdenes y obrar en cada momento en la forma que se desea, debe tener en consideración varias circunstancias”.

Sobre esta nueva tecnología electromecánica, en 1910 explicó en Argentina los diseños de la primera máquina de calcular digital. En 1913 presentó en Madrid (al año siguiente en París) su primer Ajedrecista, un autómata que “piensa”, con el que un humano juega -y pierde indefectiblemente- un final de partida de torre y rey contra rey En 1914 aparecería publicada su obra escrita cumbre, los Ensayos sobre Automática. Su definición. Extensión teórica de sus aplicaciones, en la que, como su propio título adelanta, introduce una nueva ciencia y define los conceptos de “autómata”, “discernimiento” (inteligencia) artificial, etc. En 1920 lleva a París su Aritmómetro electromecánico (que empieza a ser considerado como, probablemente, el primer ordenador en sentido actual de la historia) y en 1922 su segundo Ajedrecista. Con todas estas creaciones se adelantaría en varias décadas a las aportaciones de los pioneros (teóricos y prácticos) de la Informática, la Automática y la Inteligencia Artificial del siglo XX.

Durante los años siguientes, mientras recibe innumerables honores y condecoraciones, y ostenta la representación de la Ciencia española en los organismos internacionales, patentará creaciones menores: mejoras en las máquinas de escribir (1923), dispositivos para la paginación marginal de libros (1926), aparatos de proyección (1930), etc.

¿Le extrañará a estas alturas a alguien que en 1930 Maurice d’Ocagne (Presidente de la Sociedad Matemática Francesa) caracterizase a Torres Quevedo en las páginas de Figaro como “el más prodigioso inventor de su tiempo”?

Leonardo Torres Quevedo: “el más prodigioso inventor de su tiempo”
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