viernes. 19.04.2024

Tras el revolcón de la segunda ola y con la cabeza todavía desencajada comencé a nadar aguas arriba con toda la fuerza de que disponía. La fortuna me ofrecía una nueva oportunidad y no es taba dispuesta a desaprovecharla. Fue sólo unos metros después cuando me di cuenta de que me encontraba en medio de un riachuelo formado entre la playa y las marismas, y yo, en él, nadando contra corriente.

Al principio me resultó divertido, quizás el hecho de haber salvado mi vida me producía una sensación grata pero… pronto empecé a sentirme cansada. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que había conseguido llegar hasta una zona más tranquila donde los carrizos y el resto de la vegetación podrían esconderme sin temor a ser vista.

Me abandoné al vaivén de las mareas y pude observar entre los juntos la base de una magnífica obra: seis columnas de piedra que a pesar de los años parecían intactas. Exploré su tamaño, analicé su forma… ¡No cabía duda alguna! Se trataba de una construcción medieval. Sólo el ruido de los cascos de unas mulas cargadas con sacos de trigo y maíz dirigiéndose al molino me hicieron reaccionar y darme cuenta de que me encontraba bajo el puente romano de Helgueras.

- Este será mi hogar –  me dije entre sollozos – dos cines blancos y una familia de patos velarán por mí y si las cosas se ponen mal… siempre estaré a tiempo de expulsar mi negra tinta y ponerme a salvo.

‘El viaje de la aibij ajon’, de Nuria Rodríguez