viernes. 19.04.2024

El siglo XIX en España arranca con una serie de proyectos y medidas de reorganización territorial que empiezan en 1801 cuando Carlos IV establece entre otras la efímera Provincia Marítima de Santander –“con el objetivo de aumentar la eficacia en la recaudación, que se tiende a pensar que fue una forma de descentralizar y no, fue un tema hacendístico”, advierte el historiador Diegu San Gabriel– y acaban en 1833 cuando Isabel II y su secretario de Estado de Fomento, Javier de Burgos, dividen el territorio español en provincias, entre ellas la Provincia de Santander. Entremedias, José I lo había dividido en 38 prefecturas, entre ellas la Prefectura de Cabo Mayor (1810/12), con amplias competencias y cuyo territorio coincidía básicamente, por última vez en la historia, con el de la Cantabria de la Edad Antigua. Pero con la vuelta al trono de Fernando VII en 1814 vuelven las instituciones del Antiguo Régimen y con ellas la Provincia Marítima de Santander, con el paréntesis de la Provincia de Santander (1822/23) en el trienio liberal (1820/23), durante el cual, en 1821, la Diputación Provincial lleva a las Cortes españolas una propuesta de cambio de nombre por el de Provincia de Cantabria, propuesta de la que el Ayuntamiento de Santander se posiciona en contra y que el nuevo Estado liberal –“que pretende la superación de las antiguas identidades periféricas”, destaca San Gabriel– acaba rechazando. Por su parte, el territorio de la Provincia de Santander, que ya venía viéndose reducido a lo largo del siglo, en la definitiva reforma de 1833 pierde Ribadedeva, Peñamellera Alta y Peñamellera Baja, que pasan a la Provincia de Oviedo –actual Comunidad Autónoma de Asturias–, y Mena y varias demarcaciones de menor extensión, que pasan a la Provincia de Burgos –en la actual Comunidad Autónoma de Castilla y León–; coincidiendo así ya con el territorio de la actual Comunidad Autónoma de Cantabria.

“Con los cambios implementados por el liberalismo, la estructuración territorial e institucional de Cantabria experimenta una doble orientación”

El siglo XIX en España también está marcado por una serie de guerras que empiezan tras la ocupación napoleónica con la Francesada (1808/14) –en cuyo transcurso el corónimo Cantabria y el gentilicio cántabro se extienden a numerosos organismos civiles y unidades militares– y acaban con la última de las tres guerras carlistas, en las que los liberales –partidarios de la futura Isabel II y mayoritarios en ciudades y grandes villas– se imponen a los carlistas –partidarios de su tío Carlos María Isidro, mayoritarios tanto en pueblos y en pequeñas villas como en general, pero con muchos menos medios militares y apoyos internacionales–, y durante el reinado de Isabel II (1833/68) se consolida el liberalismo español a nivel tanto económico como político. Gobernadas por diputaciones provinciales e integradas en regiones –en el caso de la Provincia de Santander, la de Castilla la Vieja– con carácter poco más que simbólico y en cierto modo herederas de los reinos medievales, las provincias nacen ligadas al liberalismo español y constituyen la base de la articulación territorial de España desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. “Con los cambios implementados por el liberalismo, la estructuración territorial e institucional de Cantabria experimenta una doble orientación”, explica el historiador Manuel Alegría. Por un lado, la “creciente importancia de Santander respecto al resto del territorio”; por otro, el “impulso de la provincia como marco jurídico y administrativo que ha de dar respuesta a las características propias en un régimen de vocación centralista”, añade.

Y es que, durante ese periodo de consolidación del liberalismo español, Santander vive una nueva etapa de desarrollo económico, impulsada fundamentalmente por su condición de capital de la provincia, por el desarrollo del comercio marítimo con el Caribe español, por la fundación del Banco de Santander y por la conclusión en 1866 de las obras de la línea de ferrocarril que conecta la ciudad con Alar del Rey, en la Provincia de Palencia. Las comunicaciones de la Cantabria de finales del siglo XIX dibujan así una gran T, con un eje norte/sur formado por la carretera y el tren que la comunican con la Meseta y un eje este/oeste formado por la carretera paralela a la costa que la comunica con Bilbao y Oviedo, completado a principios del XX por el ferrocarril de vía estrecha. Esa T, que responde a los intereses de la burguesía santanderina, favorece el desarrollo sobre todo de Santander –el punto en el que se cruzan los dos ejes– y también de los núcleos situados en torno a cada uno de ambos ejes, relegando al resto del territorio a una ruralidad heredera de tiempos pasados que nutrirá al carlismo de combatientes para la III Guerra Carlista (1872/76), su último gran levantamiento armado.

“La toma de conciencia de los problemas económicos da continuidad a un cantabrismo económico que a finales de la década de los veinte deviene cantabrismo político”

En el conjunto del Estado, el final del siglo XIX y el principio del XX está marcado por la I Restauración borbónica (1874/1931), que “conoce la irrupción del nacionalismo o regionalismo periféricos, fundamentalmente catalán y vasco”, explica Alegría. Por su parte, en Cantabria a finales del XIX “se origina un reconocimiento de los valores culturales que marcan el inicio de una sensibilidad que da lugar a un regionalismo literario que algunos autores han catalogado como particularismo centrípeto” y a principios del XX “la toma de conciencia de los problemas económicos da continuidad a un cantabrismo económico que a finales de la década de los veinte deviene cantabrismo político, ya en la etapa republicana”, añade. También en la I Restauración borbónica surge el movimiento obrero, favorecido por el auge de la minería –que en zonas como el Arco de la Bahía de Santander o Reocín se mantiene hasta bien entrado el siglo XX– y por una primera industrialización vinculada al eje norte/sur, con sus centros principales en las comarcas de Campoo y del Besaya y en el Arco de la Bahía. De este periodo datan grandes fábricas como La Naval en Reinosa, Forjas de Buelna en Los Corrales, Solvay en Torrelavega o Nueva Montaña en Santander y en este periodo se produce también un cambio decisivo en la ganadería: la especialización en la producción de leche, basada en la introducción y rápida extensión de la vaca frisona o pinta, procedente de Holanda; el fenómeno del obrero mixto o ganadero mixto –que simultanea su trabajo en una fábrica con una pequeña explotación ganadera en propiedad– marcará el siglo XX en Cantabria. A finales del XIX y principios del XX surgen también las primeras empresas agroalimentarias, distribuidas las de productos lácteos en los valles interiores y las conserveras de pescado en la costa. Por su parte, las visitas veraniegas primero de Isabel II y después de Alfonso XIII a Santander potenciarán las playas del Sardinero como destino vacacional de parte de las élites españolas; son los inicios del turismo en Cantabria.

Con Alfonso XIII ya en el exilio, la II República (1931/36) arranca con un conjunto de reformas que auguran una democratización del Estado español en todos los ámbitos, incluido el territorial. En Cantabria, el Partido Republicano Federal elabora el proyecto de Estatuto de Autonomía del Estado Cántabro-Castellano –denominado así porque propone la libre unión de los territorios de la Provincia de Santander y de los territorios históricamente cántabros del norte de Castilla en el marco de una futura República confederal– y la Diputación Provincial llega a recibirlo para su debate y posterior plebiscito, pero el golpe de Estado franquista frustra el intento apenas un mes después, como hace su triunfo en 1939 con el conjunto de reformas que auguraban una democratización del Estado español en todos los ámbitos.

“La experiencia de la guerra y el autogobierno que llevó implícito pareció arraigar hasta el punto de pasar la opción del País Cántabro a ocupar los editoriales del diario más vendido en la provincia”

San Gabriel indica que por su posicionamiento “se observa entre los republicanos una evolución en crecimiento de la conciencia y sensibilización con la cuestión territorial”, pues aunque “siempre fueron conscientes de la realidad específica que culturalmente constituía La Montaña”, hasta la I Restauración borbónica “asumían el marco de desenvolvimiento castellano” pero entre 1874 y principios del siglo XX, aunque ese marco seguía siendo “el mayoritario”, entre los federales al plantearse nuevos marcos de autogobierno “surge una inquietud por profundizar en las características culturales e históricas de Cantabria”. “Con la llegada de la II República se plantea de forma más constante la cuestión –confrontando las dos posturas–, pero la experiencia de la guerra y el autogobierno que llevó implícito pareció arraigar en el sentimiento de políticos y población hasta el punto de pasar la opción del País Cántabro a ocupar los editoriales del diario más vendido en la provincia”, añade. Y es que durante la Guerra Civil el Gobierno español republicano crea y concede autonomía a los Consejos Provinciales, entre ellos el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos –cuya área de actuación se limita a Cantabria y a las zonas del norte de las provincias de Palencia y Burgos aún bajo control republicano–, que nombra un Consejo de Gobierno que dictará numerosas resoluciones. El aislamiento territorial de Cantabria durante la guerra fortalece el autonomismo preexistente y surgen peticiones de concesión de una “autonomía para el País Cántabro” que ya se está produciendo de hecho. “Esto puede representar el antecedente más inmediato de un planteamiento cantabrista”, destaca Alegría. Antecedente que “se redujo a dos vías”. Por un lado, “la castellanista –que no obstante reconocía la especificidad montañesa–, con Cantabria como avanzada de un Estado autónomo castellano, opción sostenida por los sectores más influyentes de las élites urbanas y por buena parte de la red caciquil del mundo rural, así como por los sectores más españolistas del tradicionalismo unitarista”. Por otro lado, “la del cantabrismo uniprovincial, defendido por los sectores de la pequeña y mediana burguesía con más historia reivindicativa, de ideología republicana y federalista y apoyado por algunos tradicionalistas defensores de las especificidades cántabras”.

En agosto de 1937 las tropas franquistas toman Cantabria –el triunfo del golpe de Estado franquista deja 2.500 muertos republicanos, 50.000 presos políticos durante los últimos años de la guerra y los primeros de la posguerra y 20.000 exiliados– e imponen una gestora encargada de la Diputación Provincial, que es el órgano de gobierno de la Provincia de Santander durante el franquismo y en cuyo seno surge en 1963 otra iniciativa para cambiar el nombre de la provincia por el de Provincia de Cantabria –“es un ejemplo de cómo durante la dictadura algunos sectores derivados del regionalismo literario conservador, en un estado ferozmente centralista y aniquilador de las diferenciaciones territoriales, mantuvieron la expresión del apego a la tierra, en las escasas posibilidades en que este podía ser expresado”, destaca Alegría–, aunque el intento es rechazado de nuevo, y de nuevo con la aquiescencia del Ayuntamiento de Santander.

La Revolución de Octubre de 1934 se deja sentir en Cantabria no tanto como en Asturias pero sí más que en otros territorios del Estado

Antes de la guerra, la Revolución de Octubre de 1934 se deja sentir en Cantabria no tanto como en Asturias pero sí más que en otros territorios del Estado, y la represión de la huelga revolucionaria y sus focos insurreccionales se salda con 15 muertos y 35 heridos –la mayoría de ellos, huelguistas– y un millar de detenidos. Después de la guerra, los montes de Cantabria registran una importante actividad guerrillera antifranquista desde que los primeros huidos se echan al monte en 1937 hasta que Juanín y Bedoya, los últimos guerrilleros, son abatidos por las fuerzas represivas franquistas en 1957.

Tras una posguerra caracterizada por la brutal represión y el aislamiento internacional del franquismo, el desarrollismo que arranca a finales de los cincuenta se sostiene en Cantabria sobre las bases del periodo anterior: la ganadería de leche y la pesca, una industria localizada en el eje norte/sur y centrada en los subsectores metalúrgico, químico y agroalimentario y un sector servicios cada vez más pujante, tanto que en los sesenta comienza a tomar forma un turismo de masas que acabará alterando la fisonomía de gran parte del litoral. Desde mediados de los sesenta hasta la muerte de Franco, las huelgas obreras –Nueva Montaña en Santander, Standard en Maliaño, Sniace en Torrelavega, Forjas de Buelna en Los Corrales, Cuétara en Reinosa…– constituyen la principal muestra de oposición al régimen de Franco, que muere en la cama –Franco, no el régimen– el 20 de noviembre de 1975. Pero la lucha obrera sigue: el 22 de diciembre, obreros de Authi marchan andando desde la fábrica, ubicada en Los Corrales, hasta Santander en defensa de sus puestos de trabajo.

La lectura del testamento político de Franco ‘a los españoles’ aporta ya claves de futuro también en lo territorial

En cuanto a la cuestión territorial, San Gabriel apunta que “aunque la idea de Cantabria tiene una plasmación institucional como mínimo intermitente” desde principios del siglo XIX hasta la muerte de Franco, en algunos ámbitos “goza de gran vigencia durante todo el periodo”, pues “en las cabeceras de prensa o en los contextos bélicos –Francesada, guerras carlistas...– se recurre constantemente a la evocación del pueblo indómito y llama especialmente la atención su presencia en agrupaciones y federaciones deportivas incluso durante la dictadura franquista, cuando prácticamente desaparece del resto de espacios”. Por su parte, la lectura del testamento político de Franco a los españoles –llevada a cabo por un lloroso Carlos Arias Navarro ante las cámaras de Televisión Española– aporta ya claves de futuro también en lo territorial: “Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria”. Dos días después, se produce –en la persona de Juan Carlos de Borbón, sucesor de Franco en la Jefatura del Estado español– la II Restauración borbónica, que apenas tres años más tarde alumbrará el régimen del 78, con su Constitución fundamentada en la “indisoluble unidad de la Nación española” y su Estado de las Autonomías.


Viene de: [TRIBUNA I] | Una vía propia en la Cantabria del final del Antiguo Régimen y la Ilustración

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