viernes. 19.04.2024

En 1976, cuando se daban los primeros pasos en el camino hacia la autonomía de Cantabria, la población cántabra aún no alcanzaba el medio millón de personas. De los 491.657 habitantes a 1 de enero de aquel año, hemos llegado hasta los 582.905 habitantes registrados en 2020. La evolución de la población, ascendente en líneas generales, refleja también los diferentes momentos que atravesaba el país y los cambios sociales que han acompañado a una transformación profunda de la estructura social de Cantabria. Hasta 1988, la población cántabra registró un crecimiento continuado, a partir de un saldo vegetativo positivo –un número de nacimientos muy superior al número de defunciones durante el periodo–, que dio paso a un periodo de estancamiento y, posteriormente, a un aumento de la población motivado, esta vez, por la llegada de nuevos habitantes desde el exterior.

La población de Cantabria crece hasta 2012 y alcanza, ese año, su máximo histórico: 593.861 habitantes. Se inician entonces, coincidiendo con el impacto de la crisis económica y el retorno de miles de personas a sus países de origen, seis años en los que Cantabria pierde población. No será hasta 2018 cuando se recupere la tendencia al crecimiento, consecuencia del aumento de la población de nacionalidad extranjera, que representa el 6,1% de la población en 2020, frente al 1,3% que representaba en 2001.

Si echamos la vista atrás, hasta los primeros años del posfranquismo y la lucha por la autonomía, y miramos a nuestra tierra en la actualidad, desde una perspectiva sociodemográfica, observamos similitudes, pero también diferencias profundas. Esta Cantabria se parece a la de entonces, pero no es igual.

La evolución demográfica de Cantabria tiene, como consecuencia, una transformación profunda de su modelo de poblamiento. En el periodo 1981-2021 la mayor parte de municipios del interior pierden población en favor de las áreas urbanas y, sobre todo, en favor de las áreas periurbanas y algunos municipios concretos de la costa. Destacan tres áreas: el área metropolitana Santander-Torrelavega, el municipio de Castro-Urdiales (hasta 2014) y, en menor medida el área de Laredo y Trasmiera oriental. Esto se resume en una pérdida significativa de peso demográfico de las áreas rurales y, las últimas décadas, de un modelo de poblamiento extensivo alrededor de las principales áreas urbanas, que han visto estancado su crecimiento o pierden población.

Un modelo de poblamiento que se ha extendido por el territorio, que ha venido aparejado de una expansión urbanística voraz y que ha contribuido a reducir significativamente las áreas naturales y a generar un grave impacto ambiental en la costa de Cantabria. Es ineludible extraer de la experiencia reciente la obligación de planificar el desarrollo urbanístico y, en general, la ordenación del territorio, desde el ámbito autonómico, estableciendo mecanismos eficaces para evitar que ese proceso continúe, y revirtiendo en lo posible los daños que se produjeron. Para ello, es necesario proteger de forma efectiva el suelo de carácter rústico por el valor que representa y su importancia de cara al futuro. Es completamente inviable, irracional y antieconómico fomentar, en la situación actual, un modelo que suponga el agotamiento del suelo fértil y la urbanización extensiva de más áreas del territorio de Cantabria.

Por otra parte, la transformación del modelo de poblamiento también supone la pérdida de importancia relativa de las áreas urbanas, con las implicaciones que supone el poblamiento disperso para la prestación de servicios. En ese sentido, se plantea la necesidad de pensar las áreas urbanas más allá del municipio, estableciendo mecanismos de gobernanza y cooperación de ámbito supramunicipal, como las comarcas, cuya creación recoge nuestro Estatuto de Autonomía y que aún no se han desarrollado.

El acusado descenso de la natalidad registrado a lo largo de las últimas décadas tiene como consecuencia una estructura demográfica envejecida que, aunque ligeramente más baja que la media de las regiones del Arco Atlántico y las Comunidades vecinas, supone una tendencia difícilmente reversible en los próximos años y que, en el futuro inmediato, implica una serie de retos y necesidades en la prestación de servicios.

El envejecimiento de la población muestra, a su vez, una distribución desigual en el territorio, destacando entre los municipios menos envejecidos los municipios del entorno de las principales áreas urbanas que han experimentado un importante crecimiento en los últimos años, muy relacionado con el mercado de la vivienda y la dinámica de expulsión de población de los centros urbanos más grandes: Cartes, Entrambasaguas, Piélagos, Meruelo o Castañeda, entre otros. Destaca, por otra parte, Castro-Urdiales, con una dinámica demográfica muy influida por su cercanía al área metropolitana del Gran Bilbao.

A pesar del crecimiento de las áreas periurbanas, Cantabria sigue manteniendo una estructura poblacional con importante dispersión en el territorio que refleja la importancia de las áreas rurales. Un aspecto condicionante que debe ser tenido en cuenta en la planificación de las políticas públicas y las necesidades de financiación que llevan asociadas.

En resumen, la población de Cantabria ha vivido profundas transformaciones en las últimas décadas. Estos cambios han venido acompañados de una modificación sustancial de los modos y hábitos de vida y de consumo, de la movilidad, etc. Un cambio animado y acompañado por el profundo proceso de transformación económica que ha vivido Cantabria a lo largo de este periodo.

A nivel político, estos procesos implican la necesidad para el cantabrismo, como proyecto político, de adoptar una lectura adecuada de la realidad de la Cantabria actual y sus principales problemáticas. Ciñéndonos a lo relativo a la población, el desarrollo de un proyecto de País, –que, a mi parecer, debe ser uno de los objetivos de fondo del cantabrismo como movimiento social y político–, supone articular una respuesta a los principales problemas de fondo que arrastra nuestra tierra.

Por una parte, apostando por un modelo de desarrollo que ponga en primer plano la sostenibilidad del territorio, garantizando la preservación del suelo productivo mediante herramientas sólidas de planificación y ordenación del territorio. Apostando por la revitalización de los núcleos rurales y urbanos existentes frente a la tendencia al crecimiento disperso, con políticas de vivienda ambiciosas y la favoreciendo la rehabilitación de la vivienda existente. Por otra parte, reivindicando la prestación de servicios en las áreas rurales, fundamental para revertir la tendencia existente y las dinámicas de despoblación en algunas áreas del interior y del sur de Cantabria.

En ese proceso, además de apostar por formas de movilidad que contribuyan a la vertebración territorial, como la mejora y extensión del tren de cercanías o la puesta en marcha de una red pública de transporte por autobús, se plantea como fundamental la puesta en valor de las actividades productivas del medio rural y el desarrollo del sector de la pequeña industria de transformación alimentaria en estas áreas.

En los núcleos urbanos, se hace evidente la necesidad de apostar por políticas de vivienda que reviertan el proceso de expulsión de población, especialmente acusado en Santander y Torrelavega. Políticas enfocadas a la regulación del mercado de la vivienda y la facilitación del acceso a la vivienda existente, frente al modelo de la construcción de nueva vivienda pública en el extrarradio.

En las áreas periurbanas, apostando por la rearticulación de la comunidad a través de los servicios y espacios públicos, la dinamización social y cultural, el asociacionismo y la recuperación de la identidad de estas áreas, trabajando por conectar y vincular los sectores de población autóctona con la realidad de las y los nuevos habitantes. Esta apuesta, que bien sería aplicable a cualquier lugar de Cantabria, se hace especialmente necesaria en estos lugares, que han vivido un crecimiento relativamente rápido y que, a menudo, no ha logrado transformarse en lazos comunitarios y vínculos estables.

Estos planteamientos, a modo de esbozo de algunos de los retos que, en mi opinión, debe afrontar el cantabrismo cuando hablamos sobre demografía y población, formarían parte de nuestro proyecto político en sí y, al mismo tiempo, representan importantes condicionantes para el desarrollo y puesta en marcha de un proyecto de cantabrismo capaz de avanzar hacia la transformación de la realidad de Cantabria. Sin embargo, nos limitamos a plantear algunas líneas, sabiendo que sería imposible realizar en un artículo un recorrido por la inmensa cantidad de planteamientos que, a mi parecer, deben ponerse sobre la mesa para afrontar el futuro de nuestro País y hacerlo, además, sin caer en el reduccionismo y la simplificación de cuestiones que son complejas.

El cantabrismo afronta como uno de sus principales objetivos y retos la reconstrucción de la comunidad y lo que implica: la garantía de acceso a los servicios públicos, la igualdad, el reconocimiento de la diversidad, la vinculación con el territorio como lugar vivido y con la conexión con nuestra herencia cultural, el fortalecimiento de nuestra identidad colectiva como pueblo y la apuesta por un modelo de desarrollo que nos permita preservar todo esto en el futuro. Una labor compleja, sin duda, no exenta de dificultades, que nos obliga a trabajar hoy por sentar las bases de un proceso que solo se podrá desarrollar en su plenitud en el largo plazo. Ese es el camino que nos toca recorrer.

Viene de: [BLOQUE 4 | ARTÍCULO 20] Movimiento sindical, la gran apuesta por la modernización y el desarrollo social de Cantabria

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El cantabrismo ante las transformaciones de la población de Cantabria
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