viernes. 29.03.2024

Europa, la orgullosa garante mundial de los derechos humanos, la equidad social y la democracia. Ese lugar que los perseguidos por la pobreza o por sus ideas políticas ansían hasta el punto de arriesgar la vida.

Una bonita medalla, que los europeos nos colgamos mientras compramos la complicidad de los dictadores de países limítrofes, para que impidan el paso a quienes quieren venir a disfrutar de nuestras tan bien divulgadas virtudes. Todos sabemos que, cuando se trata de los Derechos Humanos, algunos somos más humanos que otros. 

Pero se nos olvida que consentir la vulneración de esos Derechos, pensando que solo afectará a otros, es abrir un melón de peligrosas consecuencias, una lasitud en la protección que nos dan las leyes que mañana puede volverse contra nosotros.

Claro que aquí no caben todos los que quieren venir. Igual de claro que, aunque los recibamos a golpe de machete, o les lancemos bombas atómicas, no van a dejar de intentarlo. Algunos no tienen nada que perder, perseguidos en sus países o expulsados por innumerables injusticias. Otros, están obsesionados con esa moderna fiebre del oro que la publicidad de nuestras televisiones les hace confundir con un paraíso. 

No podemos abrir las fronteras, porque toda el África atormentada por el cambio climático y las dictaduras, y toda el Asia cuajada de conflictos de los que somos parte interesada, querría presentarse aquí. Haría falta una gran inversión en dinero y valores democráticos en esos países, un proyecto a largo plazo para el que no contamos con medios. Y para el que ya no queda tiempo.

Pero tampoco podemos enorgullecernos de nuestro humanitarismo a la vez que vulneramos el que fundamenta nuestras leyes, como hacemos todos los días en Ceuta, Melilla, y la frontera grecoturca. 

Un problema es, por definición, una situación cuya solución se desconoce. Y la hipocresía nunca es una solución verdadera. Permitir que ciertos dictadores nos chantajeen exigiendo más y más dinero con sus miserables maniobras, como pasa a menudo en la frontera turca y recientemente sucedió en Ceuta, es una muestra de debilidad que Europa no debe permitirse.

Ayudar al prójimo forma parte de nuestros valores y, a largo plazo, beneficia a todos. Pero sin dejarnos engañar por esas argumentaciones que pretenden culpabilizarnos de las consecuencias de un colonialismo que nosotros no ejercimos, de la misma manera que no somos responsables de la actuación de los conquistadores españoles en América, ni los italianos actuales lo son del expolio de Iberia por Roma.

La solidaridad es un deber moral. Pero ojo, siempre que tenga un coste soportable, y no degenere en parasitismo

La solidaridad es un deber moral. Pero ojo, siempre que tenga un coste soportable, y no degenere en parasitismo. Hoy día, cualquier manifestación positiva de un líder político hacia inmigrantes o refugiados –muchas veces son indiferenciables– es aprovechada por la acechante extrema derecha para ganar votos con el fácil recurso del egoísmo, el miedo y el odio. La estabilidad de las democracias es delicada, porque se apoya sobre la manipulable opinión popular. Y, en este tiempo de populismos, forzar la generosidad más allá de lo que la mayoría está dispuesta a aceptar puede conducir precisamente a reducirla.

Estamos en un espinoso camino, por el que es imposible transitar sin desgarrarse la piel. A pesar de lo que muchos quieren creer, no hay soluciones simples. Ojalá las hubiese. Es más, ni siquiera hay soluciones. Solo paliativos. Iniciativas políticas conjuntas, sobre los países más depauperados, podrían ralentizar la invasión, facilitando que sea asimilable,  en espera de un improbable cambio de escenario. 

Si renunciamos a los valores que nos fundamentan, nos hundimos moralmente

Y la hipocresía no es un paliativo. Si renunciamos a los valores que nos fundamentan, nos hundimos moralmente. El vigor de una sociedad se apoya en su moral antes incluso que en la fuerza militar o económica. Viendo al gigante europeo entregar sumisamente millones de euros a gobiernos de carceleros que maltratan a inocentes, puede llevar a pensar que se ha conseguido tener la bota llena y la suegra borracha. Pero lo único que se consigue es devaluar unos Derechos que quizá mañana necesitemos reclamar para nosotros. Y rebajarnos a una miseria ética cuya superación nos convirtió en el espejo en el que todo el mundo querría encontrarse.

Los refugiados, la botella llena y la suegra borracha
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