jueves. 28.03.2024

La mayoría de los 187 faros que perviven en España son del siglo XIX. Su despliegue se planificó y acometió en tiempos de Isabel II. En la costa cantábrica predomina su asentamiento en los cabos: Cabo Silleiro, Estaca de Bares, Cabo Peñas, Cabo Mayor, Cabo de Ajo, Cabo Machichaco, Cabo de Higuer… Son las zonas más salientes y en ellas se afincan los faros más importantes y de mayor alcance. Luego hay otros, como los de Suances o San Vicente de la Barquera, que delimitan las desembocaduras de ríos y facilitan la recalada en los puertos. También los hay que, sencillamente, se explican para dar continuidad a los faros principales, facilitando la labor de orientación. Si se pueden ver dos potentes luces desde alta mar, mejor que una. Y si se pueden ver tres, aún mejor, porque el posicionamiento ya es incuestionable. Todavía a finales de los años 80 se barajó un plan para implantar otros treinta faros en la península. En Cantabria se preveían dos, uno en Liencres y otro en Oyambre. Ninguno llegó a alumbrar su futuro.

Nombres propios: Dalén y Fresnel

La importancia histórica de los faros queda acreditada por un sinfín de avatares. Innumerables tragedias lograron evitarse gracias a su concurso. Capítulo especial requieren aquellos avances técnicos concebidos inicialmente para este sector y que acabaron adoptándose a escala global. Dos personajes merecen asomar con nombre propio. De un lado, el sueco Nils Gustav Dalén, que fue galardonado con el Premio Nobel de Física en 1912 al inventar la válvula solar. Toda una revolución que, hace un siglo, permitió automatizar el encendido y apagado de la llama de los faros en los atardeceres y amaneceres. Aquella innovación supuso una mejora ostensible en la calidad de vida de los fareros, que ya no debían permanecer obligatoriamente a pie de torre para garantizar el encendido de la luz. El mismo método se usó para automatizar el alumbrado público, sobre todo en los lugares más inaccesibles.

Faro de la Punta de la Cerda, en Santander. Foto: Sevi López

No le fue a la zaga su coetáneo francés Augustin-Jean Fresnel, que diseñó la lente de Fresnel. Su ingenio permitió la construcción de lentes de gran apertura y corta distancia focal, sin el peso y el volumen de material que debería usarse en una lente de diseño convencional. Fue inventada en 1822 y probada por primera vez al año siguiente en el faro de Cordouan. Esta innovación conoció infinidad de aplicaciones, que alcanzan hasta la actualidad, desde los faros de los automóviles, por ejemplo, los indicadores de dirección e incluso los visores de realidad virtual.

Hablando de ópticas, dos son los sistemas básicos en que se clasifican los faros. Unos son destelladores. En ellos la óptica es fija, y es la luz la que parpadea y hace el ritmo. Otros son de óptica giratoria, en la que el foco de luz, sea éste una llama o una lámpara, permanece fijo, permanentemente funcionando. Lo que produce el ritmo es la geometría, la forma de la propia óptica al girar. Generalmente, las ópticas giratorias estaban en los faros principales.

Faro de la Punta de la Cerda, en Santander. Foto: Sevi López

Faro de la Punta de la Cerda (Santander)

El faro de la Punta de la Cerda, también conocido como faro de la Argolla por encontrarse cercano a un amarre ingenioso al que recurrían los barcos con dificultades, está ubicado en la península de la Magdalena. Recibe su nombre debido a que en ese lugar se encontraba la batería de Santa Cruz de la Cerda, destinada a proteger el acceso a la Bahía de Santander de los enemigos. Al encontrarse el faro a la entrada de la bahía y lejos aún de la ciudad fue, durante siglos, el lugar estipulado por el reglamento del Puerto de Santander para descargar materiales explosivos como la pólvora y especialmente la dinamita y evitar así que los barcos cargados con estos productos entraran en la Bahía de Santander y una hipotética explosión pudiese afectar a la ciudad. Este faro fue inaugurado en mayo de 1870. Consta de una torre blanca ubicada en un extremo de una vivienda. La altura focal es de 24 metros sobre el nivel del mar, y de 9 metros sobre el terreno. Su alcance lumínico actual solo de 7 millas náuticas, por lo que técnicamente se considera baliza, pero desde el punto de vista histórico y patrimonial sigue siendo un faro.

Faro de Ajo. Foto: Sevi López

Faro de Ajo

En 1907 se proyectó este faro como uno de los más importantes del Cantábrico, similar al faro de Cabo Mayor. Estaba prevista la construcción de una torre de 18 metros de altura, junto con una vivienda rectangular de dos plantas en la que podían vivir hasta 6 fareros, y sala de máquinas independiente. Sin embargo, cuando en 1914 se electrifica el faro de Cabo Mayor, se cancela el proyecto. Desde el Ayuntamiento de Bareyo se insiste sobre su idoneidad y tras tres naufragios ocurridos en la zona se aprueba de nuevo el proyecto del faro en 1921. En agosto de 1930 se inaugura el nuevo faro, más modesto que en la idea original. En 1980 el ingeniero Fernando Rodríguez Pérez proyecta una nueva torre circular, realizada en hormigón, dejando el plano focal a 10,73 metros del suelo, y a 71 metros sobre el nivel del mar. Tiene un ritmo de 3 ocultaciones cada 16 segundos y un alcance luminoso de 17 millas.

Faro de Ajo. Foto: Sevi López

El resto de este y otros artículos se pueden encontrar en el primer número de la revista Cantabria lrd: https://issuu.com/lrdcantabria/docs/lrd_cantabria_n___3
Texto: Javi González.
Fotos: Sevi López.

Los faros de Cantabria, centinelas del mar
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