jueves. 25.04.2024

El Camino Lebaniego es la senda que corta Cantabria desde la costa, en San Vicente de la Barquera, hasta el corazón de los Picos de Europa. Acorazado por montañas, en la inhóspita Cordillera Cantábrica, descansa el conocido como Lignum Crucis, la reliquia de mayor tamaño de la Cruz donde murió Cristo.

En años de ocupación musulmana de la Península Ibérica, el descubrimiento de esta reliquia, confiada al monasterio benedictino de Santo Toribio de Liébana, así como el hallazgo de la tumba de Santiago el Mayor, Apóstol de Jesús, en el bosque de Libredón, conocido a partir de entonces como “Campus Stellae”, fueron los hitos que movieron el alma de los últimos reductos cristianos en la Hispania musulmana y la llenaron de coraje para emprender la Reconquista de sus tierras, desde Covadonga, en Asturias, hasta Granada, con más de quinientos años de contiendas. 

El monasterio acoge también los Beatos, comentarios al Apocalipsis de San Juan, que ilustraron la gloriosa venida de Cristo en el día del Juicio Final, con la salvación de los Justos y el castigo del fuego para los pecadores que no se hubieran arrepentido. 

La fe y la historia mueven hasta Liébana cada año a cientos de senderistas que, tras tres jornadas de intensa caminata hasta su meta, reponen fuerzas en la vecina Potes, con su cocido lebaniego, antes de emprender el camino de vuelta a casa, reconfortados en el cuerpo y en el espíritu. 

Paisaje cántabro

Pero el descanso es algo más que el hogar. A siete kilómetros de Potes, entrando aún más en los Picos de Europa, Mogrovejo espera con su encanto rural a todo el que quiera descansar la vista en sus paisajes, disfrutar del silencio y tranquilidad de la naturaleza virgen de la montaña nevada y aliviar el cansancio del duro peregrinar.

Se dice que responde al modelo de pueblo de Heidi, y es que nada tiene que envidiar a los pueblecitos de los Alpes suizos, pues, si bien sus casas pueden llegar a presentar, no todas, un aire de olvido y abandono, el gusto por la tradición pasa por ver más allá de la apariencia, porque la esencia del buen gusto también está en el respeto por lo antiguo, lo señorial… Y, de estética, Mogrovejo y sus gentes entienden. 

Casitas de sillería y mampuesto, una especie de cemento antiguo hecho a base de barro, paja y piedras, con tejados cuyas chimeneas impregnan el aire del aroma de apetecibles y contundentes pucheros, revelan el alma de una villa que, apacible, descansa su vida al pie del macizo de Ándara desde el s. XIII. 

Casona

Entre sus casas bajas destaca la torre, del s. XIII, perteneciente a los señores de la villa, validos del rey Sancho, quienes tenían conferido poder suficiente para controlar los municipios del Valle de Baró, eligiendo a sus administradores y responsables políticos según sus propias conveniencias. Las crónicas históricas atienden a que uno de los ancestros de la familia Mogrovejo fue portaestandarte del rey Don Pelayo en la batalla de Covadonga, donde, según se mire desde postura cristiana o musulmana, todo comenzó…o todo acabó. 

Torre s. XIII

En sus veintiún metros, la torre se levanta en el centro de un patio cercado perteneciente a la familia. Sus almenas indican su carácter defensivo, en una época en que, estando en marcha la Reconquista, toda precaución era poca para mantener libres las tierras que le habían sido arrebatadas al conquistador musulmán. 

Por otro lado, el s. XVII regaló a la villa la iglesia de la Asunción, cuya joya es una talla gótica apodada “La Milagrosa”, del s. XV.

Declarado Conjunto Histórico y Bien de interés cultural en 1985, esta localidad descansa durante los inviernos bajo el manto blanco de las nieves que se extienden desde lo más alto de los riscos de la vecina montaña; si bien, llegada la primavera, el rumor del deshielo colorea de flores los prados que rodean el pueblo y la luz del sol devuelve la vida a sus gentes que, trabajadoras, no han tenido más remedio que hibernar dentro del acogedor latido del alma de esta vieja Luarna, después Mogrovejo, que vive por y para la inmortalidad de la histórica Cantabria.

Invierno en Mogrovejo

El encanto de nuestras villas: Mogrovejo
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