jueves. 28.03.2024

El gigantesco Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega, más conocido como el Ferial de Torrelavega o la Cuadrona, fue inaugurado hace 45 años –convirtiéndose entonces en la sede del primer mercado ganadero de España–, aunque ya tenía detrás doscientos años de historia, pues la capital de la comarca del Besaya acoge formalmente transacciones ganaderas desde el siglo XVIII, impulsadas posteriormente por la introducción en Cantabria de la vaca frisona o pinta, importada de Holanda en el siglo XIX y que acabó sustituyendo a la autóctona vaca pasiega por su mayor productividad.

“No conviene esperar al tercero ni al cuarto tratante, hay que procurar vendérselo al primero o como mucho al segundo”

Hay quien sostiene que el de Torrelavega todavía sigue siendo la referencia de los precios de los terneros o jatos en Europa, pero lo cierto es que ahora se venden más jatos en el Mercado de Ganados de Salamanca que en el de la capital del Besaya, cuya actividad poco tiene que ver ya con aquel incesante ir y venir de ganaderos y reses tan representativo de los años ochenta del pasado siglo XX. En cualquier caso, sus muelles, de 7.500 metros cuadrados y con capacidad para la carga o descarga simultánea de 150 camiones, reciben cada martes entre 1.500 y 3.000 –generalmente de 2.000 a 2.500– jatos y jatas que empiezan a llegar a partir de las diez y media de la mañana y a ser descargados un par de horas después, de forma que a eso de las dos menos cuarto ya están todos ellos en la nave principal, de 15.000 metros cuadrados y con capacidad para un total de 7.500 reses, y ya está el Mercado en plena ebullición. “Para las dos menos cuarto ya está todo descargado y para las dos y media ya está vendido prácticamente todo, el 90 por cien”, me explica un amigo, ganadero con décadas de experiencia en el Ferial. “Siempre queda algo para después de comer, pero se vende ya más barato, por eso no conviene esperar al tercero ni al cuarto tratante, hay que procurar vendérselo al primero o como mucho al segundo”. Y es que los tratos ganaderos se están poniendo cada día más difíciles.

vacas2Jatos y jatas pintos en la nave principal

Esos jatos y jatas, de entre una semana y medio año de edad, llegan a Torrelavega sobre todo de la propia comunidad autónoma de Cantabria, de zonas limítrofes de las provincias de Burgos, como Espinosa, y Palencia, como Alar, y de la vecina Asturias, pero también de Salamanca, de Castilla-La Mancha y de Extremadura y a veces incluso de Andalucía, y prácticamente todos acabarán yendo para carne, aunque sólo alrededor de una veintena serán sacrificados de forma inmediata para ser vendidos como ternera en las carnicerías. El resto, más del 99 por cien, serán sacrificados como añojos después de ser alimentados durante cerca de un año en cebaderos sobre todo de Cataluña y Aragón y en menor medida de Castilla y León. Unos son pintos, otros de color –sobre todo limusines, pardoalpinos, charoleses, asturianos de los valles y asturianos de la montaña– y otros mixtos –normalmente moros, es decir hijos de vaca pinta y toro de color o viceversa–, y serán comprados en lotes de alrededor de un centenar a menudo por tratantes, identificables en la Cuadrona por sus batas oscuras.

“El Ferial ha mutado a terneros y si se queda ahí vamos bien, porque el tema de la leche en Cantabria está terminado”

La mañana de los miércoles llega el turno de la vacas de leche, es decir de las pintas ya paridas. Hace décadas –cuando además “valían dinero”, me recuerda un ganadero y sindicalista–, entre 1.500 y 2.000 vacas llenaban cada miércoles la nave principal del Mercado, pero las entre 50 y 70 de estos tiempos apenas llenan una parte de la nave secundaria o de ordeño, de 3.500 metros cuadrados y con capacidad para el ordeño simultáneo de 650 vacas. Allí acude cada semana un puñado de ganaderos cántabros –la mayoría, hombres de mediana edad– que constituyen prácticamente el último reducto de una vieja forma de ser y de vivir e incluso de una fisonomía que se resiste a desaparecer aunque lo tenga todo en contra. “El Ferial ha mutado a terneros y si se queda ahí vamos bien, porque el tema de la leche está terminado, en Cantabria ya hay el doble de ganaderos de carne que de leche”, me advierte el ganadero y sindicalista. “Nos conocemos todos, porque tanto a vender como a comprar siempre venimos los mismos”, me explica mi amigo ganadero. Si a comprar jatos los martes suelen acudir “tres o cuatro catalanes, dos o tres aragoneses, un par de ellos de Castilla y León y alguno de Castilla-La Mancha”, a comprar vacas de leche los miércoles lo hacen “diez o doce gallegos que compran diez o doce vacas entre todos” –es decir una media de una cada uno– y “uno o dos andaluces que compran 30 vacas cada uno”.

vacas3Vaca pinta 'careta' en la nave de ordeño

Es aquí, en la nave de ordeño de la Cuadrona, donde cada miércoles sigue habiendo lugar para la expresión más genuina de un ritual ancestral en Cantabria y otras tierras históricamente ganaderas: el trato. La negociación entre ganaderos para cerrar la compraventa de una o varias vacas de leche. Y en Torrelavega venden cántabros y generalmente compran gallegos o andaluces. Primero el vendedor pide (pone un precio a su vaca) y después el comprador manda (ofrece otro)… si es que no se da la vuelta antes. “Los andaluces compran pronto y con más alegría; los gallegos no suelen hacerlo hasta las once o las doce”, apunta mi amigo. Cuando uno ha pedido y otro ha mandado, el trato ya está en marcha y es cosa sólo de dos, por lo que a ningún otro ganadero se le ocurre meterse a mandar, aunque siempre hay unos cuantos que forman, alrededor de los dos protagonistas, un corrillo dispuesto a ayudar a cerrar al trato. Si la operación sigue adelante y toca partir (establecer el precio final de la vaca normalmente en el punto medio entre lo que pide el que pide y lo que manda el que manda), un fuerte apretón de manos cierra el trato ante el corrillo. “Aunque cada vez se parte menos, porque hay pocos compradores y a menudo hay que aceptar lo que mandan, lo que te dan”, reconoce mi amigo. En cualquier caso, “la mano es como una escritura”. Si a pesar de no haber nada firmado, uno de los dos se echara atrás por cualquier circunstancia, “no podría volver a entrar aquí”.

“Fuera de aquí te dan unos euros más y la palabra no vale, pero aquí es lo que sigue valiendo”

A continuación vendrá el pago, generalmente en metálico, y la vaca será ordeñada a mano allí mismo para confirmar su calidad y después cargada en un camión generalmente camino de Galicia o de Andalucía, donde seguirá pariendo y produciendo leche. Por su parte, los ganaderos, nunca ajenos a los avatares del mercado –el último de los que han sacudido los tratos en Torrelavega es el hundimiento de la lira turca, pues no pocos de los jatos del Ferial acabarán unos meses después en países árabes o del entorno a través de los puertos de Cartagena o Tarragona–, seguirán haciendo cada miércoles tratos que, como desde hace siglos, se cerrarán con un sincero apretón de manos que al menos aquí sigue valiendo más que cualquier papel. “La palabra vale más que el dinero, la palabra no tiene precio, lo que queda de esta ruina es la palabra, algo que fuera de aquí no existe, se ha perdido”, me insiste mi amigo. “Fuera de aquí te dan unos euros más y la palabra no vale, pero aquí es lo que sigue valiendo”, concluye mientras nos alejamos de la Cuadrona recordando viejos tiempos que no volverán.

El valor de la palabra
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