martes. 23.04.2024

En el polideportivo, el silencio se rompía por los sonidos de la respiración de unos, y los estridentes ronquidos de otros. Un pequeño grupo, de esos que no eran capaces de conciliar el sueño, empezó a juntarse, los búhos de las noches, allí, sobre la una de la madrugada, se sentaron a la entrada de las instalaciones deportivas, donde no molestara, y pudieran hablar tranquilamente. 

Empezaron a contar anécdotas, que las hay y muchas de aquellos primeros tiempos de la asociación AMA, de nuestras andanzas, en trenes de los inocentes, seis horas de deporte solidario, la plantación del bosque de AMA, tantas manifestaciones y concentraciones, e incluso siguiendo por las inauguraciones a cargos públicos, eso sí, siempre con amabilidad y corrección, que es un sello de distinción de nuestra asociación.

Hay una que cada vez que la contamos, cada uno da su versión y, con el tiempo,  puede que también cada vez esté más novelada, pero no por ello pierde la esencia de cómo a veces una cosa son las intenciones y otros los resultados; metidos en faena, no paramos de darnos cuenta de la desesperación y la inconsciencia a la que te puede llevar la misma. Fue hace muchos años, y sigue aquella sensación de temor, era una noche donde solo las gotas de humor ocultaban el miedo  pasado, después llegarían las sonrisas  e incluso las carcajadas. Ya se sabe que la imaginación es el músculo que más somos capaces de estirar, pero vayamos con el relato. Unos encendían su cigarrillo, otros tomaba un café, y algunos con una cerveza entre las manos y, haciendo un semicírculo… Juan tomó la palabra, para contarnos “La noche de las pintadas”.

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Era un sábado por la tarde, reunidos informalmente en casa de Andrés, había mucho nerviosismo por los últimos autos de derribo, quedaban 15 días para acabar con nuestras viviendas. El susto estaba metido hasta la médula en nuestro cuerpo.

Después de no pocas discusiones sobre las actuaciones a tomar, que si una huelga de hambre, una manifestación, y encierros permanentes..., algunos, incluso proponían ocupar la casa del alcalde, o el ayuntamiento, Jaime tomó la palabra “vamos a empezar esta misma noche, hay que llenar Argoños de pintadas, que no quede una calle sin una pintada de no derribos, sin que se vea nuestra situación desesperada”.

Estábamos cansados, dolidos con el maltrato que recibíamos una y otra vez, a través de autos, que eran tremendamente injustos para las víctimas, y las autoridades culpables mirando al tendido. Las puñaladas recibidas, la rabia acumulada por tanta injusticia, hacían necesario que la situación se hiciera visible para todos los ciudadanos.

Enseguida Juanma se puso a organizar, “podemos ir Jaime, Félix, Toño y yo con los espráis haciendo pintadas, hay que hacerlo con seguridad, estas cosas de noche son muy peligrosas, uno pintando y dos escoltando a cada parte de la carretera, también dos coches de apoyo, uno en la rotonda de Castillo y otro en la rotonda de Argoños, con los teléfonos comunicándonos, por si hay alguna incidencia”

Después de no poco tiempo, parecía que el dispositivo para las pintadas podía estar preparado todo a punto y  controlado. Aunque no parábamos de poner pegas, algunos fruto del propio nerviosismo, que si no hacen falta tantos, mejor con  tres, o en grupos de dos en dos y hacemos el doble de trabajo en el mismo tiempo.

Juanma ya cansado mandó a callar y ponerse a trabajar, que no hacemos otra cosa que hablar y hablar,  así quedamos a las 12 de la noche del día de autos.  Al llegar la noche y según se acercaba el momento algunos se ponían nerviosos, otros enfermos, e incluso algunos con la barriga floja, vamos que parecía el ejército de Pancho Villa, pero, poco a poco, fuimos llegando a la hora H, y allí estábamos todos, bueno, todos) menos uno, al que súbitamente le apareció una fiebre y una diarrea un tanto extraña y sospechosa. Alguien dijo “en todas las grandes batallas hay bajas”.  Otros sonreían por lo bajines.

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Era de noche ciega, ni la luna nos quiso acompañar, y cerca de  esa medianoche, a la puerta de Juanma nos fuimos preparando todos, menos el pobre indispuesto, Julián  y Andrés con sus coches dispuestos y tuneados con las últimas tecnologías para espías, esto es, llevaban el móvil, eso sí, bien cargado, Juanma con el material de guerra, una bolsa que contenían los espráis comprados por su hermano en el mercado negro, guantes y algún trapo para limpiarnos, después de repasar bien lo acordado por la tarde y con algún nerviosismo poco disimulado, nos subimos a los coches, que nos dejaron cerca del ayuntamiento de Argoños.

Allí dimos por inaugurada “la noche de las pintadas”, y allí mismo hicimos la primera de ellas. Con los nervios o la emoción,  la primera en la frente, así pusimos solución con dos “ces”, después de otro largo debate que si la borrábamos, que si nos faltaba un hervor, porque otra cosa no, pero eso de debatir, se nos daba de vicio, ni en el Congreso, al final, y por amplia mayoría de los tres presentes, y por  las prisas, que también cuentan, se  tomó la decisión, “la dejamos cómo está, que así, con falta de ortografía, se fijarán más, y eso también lo hacen en la publicidad para llamar la atención”.

Cada vez que veíamos la luz de un coche corríamos a escondernos como si estuviéramos robando el Banco de España. Félix, que era él parecía que tenía un poco más de experiencia dijo “pero qué hacéis, que parecéis tres tontos en apuros, si tenemos controlada la carretera; Julián  nos avisará si vienen por un lado o Andrés si vienen por el otro lado, no nos volvamos paranoicos”.  

Félix podía decir lo que le diera la gana, pero el personal seguía con más miedo que vergüenza en el cuerpo.  Desde el ayuntamiento seguimos camino hacia la iglesia, ya le habíamos cogido el truco al bote de pintura, y aquello parecía rodar, las pintadas iban hasta con letra cursiva, y seguimos, ya repartidos, por todas las calles de Argoños, dejando nuestra huella imborrable,  eso sí, respetando  y no molestando a nadie, vamos,  cómo decía alguno, éramos “unas “Marías”.

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Sobre la una de la mañana nos cruzamos con un grupo jóvenes que nos miraron como si nos faltara algún tornillo, cuchicheaban entre ellos, no les dimos mayor importancia y seguimos con nuestras pintadas poniendo “No derribos”, ”Legalización es la solución”, “Queremos nuestras casas”, “Pedimos justicia”.... Así llegamos hasta a la calle central del pueblo, allí había mucho más peligro, ya que, a pesar de ser tan tarde, había bastante tráfico, unos que iban de marcha para Santoña y otros que buscaban el cariño de las damas de la noche en el  Calipso de Argoños.

Estábamos enfrascados en lo nuestro, pintada por aquí, pintada por allá, cuando llegó Juanma todo acalorado, haciendo aspavientos con las manos, al verle en ese estado,  primero pensamos que le había dado un ataque de pánico y, después,  nos temimos lo peor,  cuando nos dijo “que viene la policía”, el mundo se nos vino abajo, no había tiempo que perder, instintivamente nos pusimos a correr como pollo sin cabeza, rápidamente, tiramos los espráis a unos contenedores e hicimos como que paseábamos por la acera, el corazón palpitando a 200 revoluciones por minutos, el miedo era ya el más cercano compañero de viaje. 

Pronto apareció un vehículo de la Policía Nacional, del mismo se bajaron dos de ellos y nos preguntaron:

- Buenas noches, ¿han realizado Uds. estas pintadas?

Son de esos momentos en los que uno siente un nudo en la garganta, como si se  le hubieran subido, de repente, los atributos hasta ahí arriba. Las palabras no fluyen, se entrecortan, los dientes se te pegan, y las piernas te tiemblan.

- Nosotros, nosotros, no, bueno quizás,  verá, es que…

- Vamos a ver señores, que les estamos preguntando si son Uds. los que han pintado las calles, hemos recibido una denuncia, y usted mírese, tiene hasta los guantes puestos.

- Nosotros, verá, nosotros solo estábamos,  nosotros pasábamos, nosotros...

- Bueno, señores, tienen Uds. las manos llenas de pintura, están andando por la calle a la una y pico de la noche, y les hemos visto como tiraban a los contenedores los espráis. Seamos un poco serios, que ya son Uds. mayores para hacer estas cosas.

Cuando ya nos vimos descubiertos y que la cosa ya no tenía solución empezamos a relatar, a cantar con todo lujo de detalles.

- Mire usted señor agente es que nuestra situación es muy dura e injusta; nos están machacando y nos quieren tirar las casas compradas honradamente.

- Muy bien, o muy mal, pero eso no les da derecho a realizar actos como pintar las calles, la vía pública. Nosotros actuamos, además, porque ha mediado denuncia de alguien que les ha visto realizar las pintadas, y ha avisado a la comisaría.

Intervino el otro agente y con voz de mando, de esas que te dejan pegado, nos dijo:

-  Hagan el favor de enseñarnos la documentación.

- Mire, es que ahora no la llevo encima.

- De noche e indocumentados, bueno, dennos sus datos.

- ¿Nombre?

- Antonio

- ¿Apellidos?

- Fernández Vázquez

- ¿Lugar de nacimiento?

- Ribadeo

- ¿Nombre de la madre y del padre?

- Sr. agente, tengo más de 50 años, ¿no cree que ese detalle se puede obviar?, mis padres son muy mayores y les voy a dar un disgusto.

- No hombre, esto es para tener conocimiento de  sus datos personales y que queden debidamente identificados. 

Al servidor público se le escapó una pequeña sonrisa.

- Ah, bueno, Marcelo y María, perdone señor agente ¿qué nos puede pasar por estas pintadas?

- No lo sabemos, esto se pasará al juez de guardia que será el que tomará la decisión, si es una falta o un delito, dependerá mucho de la denuncia.

El teléfono no dejaba de sonar, una y otra vez se oía el zumbido del móvil. Hasta que uno de los números se cansó y dijo:

- ¡Coja Ud. el teléfono de una vez!

Al otro lado nuestro vigilante, Julián 

- Oye que me dicen que va la policía para donde vosotros, corred antes de que os cojan.

- No te preocupes Julián, que ya saben hasta el nombre de nuestros padres.

- ¿Qué me dices?

- Luego hablamos…, 

La comunicación se cortó de repente. Vuelve a sonar el puñetero móvil.

- Muchas llamadas tienen Uds. nos dice el agente.  

- Es que nos están esperando para jugar unas partidas de mus, y nos echan de menos. 

Volví a coger el teléfono. Al otro lado nuestro vigilante más brillante:

- Sí, dime Andrés.

- Oye por aquí ni rastro de la policía, todo bien, podéis seguir pintando tranquilamente. 

- Si amigo, y tan tranquilamente, que incluso tenemos a la policía con nosotros para ayudarnos.

- ¡No jodas, será broma!

- Broma va a ser la multa que nos van a cascar. ¡Capullos! ¿Qué coño estabais vigilando?

- Corto y cuelgo que se oye muy mal, y  me voy, que sea leve, me voy para casa a avisar al personal.

- Sr. agente, nosotros hemos hecho esto, pero respetando a todo mundo, no hemos pintado ninguna fachada, ni hemos molestado a nadie.

- Hombre eso parece verdad, pero ir pintando carreteras no parece lo más apropiado, que tiene ustedes ya una edad, que nos den trabajo cuatro adolescentes, vale, pero esto...

- Algo tenemos que hacer, no podemos quedarnos de rodillas mientras tiran nuestras casas.

- Miren, nosotros no tenemos nada en su contra, es más(,) “veo que usted es “paisano meo”.

- ¿Es Uds. también de Ribadeo? 

- No, de cerca, de Castropol.

- De ahí son unos tíos míos, los de casa de Parada.

- Hombre, sí, el señor Manuel y la señora Carmen, ¡qué pequeño es el mundo! Ayúdenos, por favor, a salir de este lío, después de los que tenemos encima solo nos falta tener más problemas.

- Ya lo siento, pero no podemos hacer nada, ya que media una denuncia, pero esto es un tema menor que se resolverá posiblemente con una sanción económica. 

Intervino otro agente.

- Bueno, señores, están todos ustedes debidamente identificados, vayan para sus casas, y no se metan en más líos, que a nosotros nos queda toda la noche de servicio.

Les saludamos con cara de tristeza, a ver si nos perdonaban la vida, y nos fuimos camino de casa muy preocupados, por las posibles consecuencias que tendrían nuestros actos, y dónde nos habíamos metido, pero también por la que nos esperaba a llegar a nuestros hogares.

La indignación contra los vigilantes era palpable, esos alertas de la noche veían menos que un topo con gafas de madera.  Unos decían ¿qué narices han estado haciendo estos para ni ver el coche de la policía y avisarnos?,  otros ¿y ahora, qué multa nos caerá?, ¿qué les contamos nuestras mujeres que están tranquilamente jugando al parchís?

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Camino de nuestras casas esa preocupación iba aumentando al pensar en las posibles sanciones. Cada uno que hablaba lo ponía más negro, y en lugar de hacer unas pintadas parecía que habíamos quemado el ayuntamiento con el alcalde y el presidente del Gobierno dentro, quizás porque estaba en el subconsciente la idea de que alguno lo propuso en un arrebato de rabia.

Al llegar, nuestras mujeres estaban ya al corriente de nuestras andanzas, las caras de enfado no dejaban lugar a dudas.



- Pero a vuestros años y  meteros en estos líos. No tenéis cabeza.

 Una de ellas, un poco más enfadada que las demás, le dijo a su marido: 

- “Cómo tenga que pagar un céntimo de multa, te pongo en la esquina del prostíbulo hasta que ganes para pagar la sanción”.

- Bueno un poco de calma, que no hemos matado una mosca, es verdad que nos hemos equivocado y las cosas no han salido bien, pero la intención sí era buena.

- Buena, buena es la metedura de pata que habéis cometido.

- Estos que son unos aprendices, vamos, como para llevarles a hacer un atraco, pasan primero por la comisaría para preguntar dónde está la calle, el banco y el horario de mismo.

- Si tú ríete ahora, pero cuando estabas delante de policía tartamudeabas tanto que no eras capaz ni de decir tu nombre.

- No hombre, lo hacía para ganar tiempo, y pensar qué decir.

- Ya, ya nos hemos dado cuenta, si incluso le has dado pena al policía.

Las puyas cruzadas entre los heroicos pintores, se iban sucediendo. Cuando las mujeres fueron oyendo nuestros relatos, cada cual más fantasiosos (,) no pudieron por menos que acabar riéndose con nosotros y de nosotros.

El remate final lo puso la mujer del que se quedó indispuesto.

- Menos mal que mi marido ha tenido la colitis a tiempo, porque si no la tendría ahora, más malito, y encima con la sanción incluida. 

El enfado, y el miedo fueron dando paso al humor y a reírnos de nuestra aventura. Esas gotas de alegría fueron la mejor receta contra la imprudencia y la impericia de un grupo de amigos que solo querían pedir justicia, pero que confundieron el camino. 

En  el fondo quedaba la preocupación, ¿qué hará el juez?, ¿tendremos que ir a un juicio? ¿Cuánto nos saldrá la broma? Esta anécdota describe, con unas dosis de humor, algo más profundo, la desesperación de unas familias. El temor al derribo de casas y la lucha para que se haga justicia.

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Gracias, amigos por intentar salvar el mundo, aunque sea con un palillo frente a los molinos de las administraciones. Dejar claro y a efectos legales que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, que los personajes son inventados y las pintadas desaparecieron con la lluvia de la noche siguiente.

Así terminaba Juan su largo relato, que difería bastante del de algunos protagonistas que allí estaban,  y donde  se enzarzaban en quién había sido el más valiente, y el que más había metido la pata, para luego ir derivando al ¿y tú te acuerdas cuando…?

La madrugada cayendo estaba y, sin que hiciese falta policía alguno, la reunión se fue disolviendo, volviendo cada uno a introducirse en su saco para descansar un rato, que pronto amanecería, y con ello, empezaría la segunda parte de estos relatos, así como el segundo día de la Marcha a Santander...
 

Capítulo 10. La noche de las pintadas
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