jueves. 28.03.2024

Cantabria es muy dada a personajes singulares. Estas personalidades desbordantes, en ocasiones difíciles, se dan en todas las capas de la sociedad, también en las más altas. El obispo Menéndez de Luarca fue sin duda una de ellas. Baste recordar aquí que fue Regente de Cantabria durante la ocupación francesa para hacernos una idea, aunque sea aproximada, de su perfil. Pero que fuera singular no impide que también fuera hábil. Tan es así que a él debemos la primera imprenta en Cantabria, consciente como era de la necesidad de convencer y de la capacidad que tenía la imprenta para hacerlo. De hecho, el que pasa por ser primer impreso cántabro es una circular pidiendo a los vecinos de Santander fondos para la construcción del Hospital de San Rafael, inaugurado el año 1791 bajo la advocación de San Rafael Arcángel, el santo homónimo del obispo, como no podía ser de otra manera.

El Hospital de San Rafael, actual Parlamento de Cantabria, es un soberbio edificio clasicista que responde a la lógica del Ensanche, con epicentro en la Plaza de Pombo. Pese a lo que cabría suponer en un contexto aperturista, el hospital se construye hacia adentro. El miedo a la propagación de las enfermedades, a las mismas, era una constante.

El hospital empieza a presentar síntomas de agotamiento transcurrido apenas un siglo desde su fundación

El hospital empieza a presentar síntomas de agotamiento transcurrido apenas un siglo desde su fundación. La primera señal de alarma la enciende la explosión del Cabo Machichaco, año 1893. Como se recordará, un vapor con las sentinas llenas de dinamita no declarada estalla en el muelle de Maliaño, actual calle Calderón de la Barca, segando multitud de vidas. La ciudad se ve sobrepasada por la catástrofe. El hospital no escapa al caos. El libro ‘Pachín González’, último de Pereda, describe en uno de sus capítulos el interior del Hospital de San Rafael de forma tan detallada y valiosa desde el punto de vista documental como desoladora. La gestión de esta catástrofe no fue la adecuada. A esta falla se vino a sumar la atención deficiente que recibieron los heridos de Cuba, año 1898. Lo mismo cabe decir de la epidemia de la mal llamada gripe española, año 1918, que repercute especialmente en la masa obrera que se va congregando en el entorno de la bahía de Santander. La situación se hace insostenible.

Se proyecta entonces un nuevo hospital. Los planos son de 1919. Gracias a una cuestación pública se adquieren los terrenos y se allanan y echan los cimientos. Poco más. El dinero recaudado no da más de sí.

Hubo que esperar hasta mediados de los años veinte para que se retomaran las obras. Es entonces cuando entra en escena Ramón Pelayo de la Torriente, natural del pueblo de Valdecilla, en Medio Cudeyo.

El futuro marqués había sido emigrante en Cuba, donde hizo fortuna con el azúcar. Cumpliendo con el rol de indiano, a su regreso transforma la casa familiar en un palacio flanqueado por palmeras. Tampoco falta el obligado interés por las obras benéficas, tales como colegios o casas cuartel. Pero Ramón Pelayo no se conforma con cumplir lo que se esperaba de él. Regeneracionista, intenta orientar el devenir de España dentro de sus posibilidades, que son muchas. Así, tras financiar la construcción del pabellón que hoy lleva su nombre en la C/ San Bernardo de Madrid, asociado a la Universidad Central y hoy sede de la Biblioteca de Fondo Antiguo de la Universidad Complutense (por cierto, con una parte notable de su fondo procedente de la biblioteca personal del Dr. Francisco Guerra, cántabro exiliado), el Dr. Gregorio Marañón, de ascendencia cántabra, anima a Ramón Pelayo a relanzar el proyecto inconcluso del hospital santanderino. El benefactor pone como única condición ser él quien elija tanto al arquitecto como al encargado de nutrir el proyecto de ideas. Aceptada su propuesta, no sin reticencias por parte de la corporación municipal, nombra como arquitecto al que fuera suyo de cabecera y también arquitecto municipal, Gonzalo Bringas, y al Dr. Wenceslao López Albo como responsable último del proyecto.

Tras un viaje de formación que les llevó por distintos países de Europa y Estados Unidos, el arquitecto y el doctor se pusieron manos a la obra. El hospital resultante no solo iba a ser nuevo en relación con el a partir de entonces identificado como viejo Hospital de San Rafael, tal y como se les había encargado, sino que, engarzando con la conocida como Edad de Plata de las Ciencias Españolas, el nuevo iba a ser también un hospital moderno.
 

90 años del Hospital Valdecilla: El detonante
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